En el apartado de “Depresión” hemos definido ya los criterios de un episodio depresivo.
El episodio de manía se caracteriza por un período bien definido de estado de ánimo persistentemente elevado, con expansividad o irritabilidad y un aumento anormal y persistente de la actividad o la energía.
Las personas que se encuentran en un episodio de manía experimentan un aumento de la autoestima, sentimientos de grandeza y una disminución en su necesidad de dormir. Es también frecuente que sean más habladores de lo habitual o presenten un pensamiento acelerado y disperso (pasando rápidamente de un tema a otro, siendo difícil a veces seguir el hilo de la conversación). Así mismo, se distraen con facilidad y se muestran hiperactivos. En ocasiones pueden llegar a involucrarse en actividades de riesgo (compras compulsivas, gastos desmesurados, inversiones de riesgo, consumo de tóxicos y diversas actividades temerarias) e incluso pueden existir síntomas psicóticos (escucha de voces, delirios…).
El episodio de hipomanía comparte las características del episodio maníaco. La diferencia es que el estado de hipomanía no causa un alteración importante del funcionamiento social o laboral ni existe una necesidad de hospitalización ni síntomas psicóticos (como si puede suceder en los episodios maníacos).
Las personas que han padecido un episodio depresivo a lo largo de su vida y algún episodio maníaco serán diagnosticadas de Trastorno Bipolar tipo I.
Aquellas que han padecido un episodio depresivo y algún episodio hipomaníaco padecerán un Trastorno Bipolar tipo II.
Algunos estudios indican que el trastorno bipolar tiene una tasa de prevalencia a lo largo de la vida superior al 4%.
La edad media de inicio de la enfermedad se sitúa en torno a los 30 años. Es muy frecuente que las personas con Trastorno Bipolar presenten otros problemas de salud mental (comorbilidades) tales como abuso de sustancias, trastorno de pánico y TOC. Esta comorbilidad con otros trastornos psiquiátricos supone un peor pronóstico.
Al tratarse de una patología tan limitante es muy importante su diagnóstico y tratamiento temprano, siendo necesario en los casos más graves un tratamiento psicofarmacológico.
Suelen emplearse fármacos estabilizadores del ánimo (litio, ácido valproico, lamotrigina…), así como fármacos antidepresivos o ansiolíticos (e incluso antipsicóticos en casos graves de manía).
Al caracterizarse el Trastorno Bipolar por ser una enfermedad con ciclos de depresión que alternan con otros de euforia, es muy importante la llamada psicoeducación. Mediante ella ayudamos al paciente y a sus allegados a detectar precozmente los síntomas propios de una descompensación en el estado de ánimo. Esta detección precoz permite un abordaje temprano y mejora el pronóstico.
Uno de los puntos más relevantes es el tratamiento de las patologías psiquátricas concomitantes al Trastorno Bipolar (si es que las hubiera). Especial mención merece aquí el abuso de alcohol y de otros tóxicos (muy relacionados con las alteraciones en el estado de ánimo).
Siendo el Trastorno Bipolar una patología que reviste de cierta gravedad, es esencial establecer un clima de confianza entre paciente y terapeuta que permita un tratamiento individualizado y eficaz.
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