Algunos ejemplos serían el inicio de la adolescencia y el paso a la adultez. También la conocida como «crisis de los cuarenta» o el paso a la tercera edad. En estos momentos vitales, la persona puede pasar por momentos de tristeza y apatía y experimentar la sensación de que la vida carece de sentido.
La persona en crisis vital se encuentra perdida, con dificultad para fijarse metas y seguir evolucionando. Estas crisis vitales, como hemos dicho, pueden darse también como acontecimientos inesperados, entre los que encontramos: ser víctima (la persona o algún allegado) de un accidente de tráfico o de una catástrofe natural, padecer una enfermedad grave, perder a un ser querido (duelo)… También una ruptura sentimental, o un cambio de rol inesperado puede desencadenar una crisis (ser padre, madre, abuelo, emancipación de los hijos o “síndrome del nido vacío”…).
Con la pandemia que hemos, y seguimos padeciendo, el número de personas que han padecido una crisis de este tipo se ha disparado. Esto ha exigido a los profesionales de la salud mental realizar una labor intensiva en el trabajo sobre los duelos.
Un duelo implica una pérdida. No siempre tiene que ser una pérdida física (fallecimiento), sino que puede implicar una pérdida de contacto con esa persona (como en el caso de una ruptura) o incluso puede ser un duelo por la propia salud (cuando nos diagnostican una patología).
En la que el sujeto se niega a creer lo que está sucediendo y se encuentra en un estado de shock.
Lo sucedido le parece “irreal”, “como si fuera mentira”.
Donde existe irritabilidad y enfado. La persona vive en esa etapa totalmente desencantada con la vida, con sensación de injusticia a raíz de lo sucedido.
Muchas veces dedica su tiempo a buscar culpables por lo sucedido.
Necesaria para dejar atrás la ira y continuar el proceso de duelo. En esta etapa la persona se cuestiona que hubiera sucedido si las cosas se hubieran dado de otra manera.
Es la etapa del “¿Y sí…?”. Es una etapa reflexiva en la que la persona ocasionalmente se reprocha y fantasea acerca de diversas posibilidades.
En esta etapa, la persona contacto con el hecho de que, lo que ha sucedido es irreversible.
Ya no se puede hacer nada por volver atrás.
En esta etapa existen sentimientos de tristeza y vacío.
En ella, la persona asume su nueva condición tras el duelo.
Comprende la pérdida como algo natural y que forma parte de la vida.
En resumen, normaliza lo sucedido, aprende a vivir con ello y es capaz de seguir hacia adelante en su vida.
Por supuesto, al ser un proceso normal por el que toda persona pasa, habitualmente no se necesitará de atención especializada. Sin embargo, en determinadas ocasiones, como sucede en el duelo patológico, sí es necesario acudir al especialista.
¿Qué es un duelo patológico o duelo complicado? Es una situación en la que, tras una pérdida, aparecen una serie de síntomas incapacitantes para la persona. La etapa de negación se prolonga en el tiempo, la persona afectada por el duelo se reprocha constantemente (culpándose por la pérdida).
A pesar del paso del tiempo es imposible la aceptación de la pérdida y la persona vive “estancada” en su duelo. En las personas con un duelo complicado existen síntomas depresivos persistentes, siéndole muy complicado disfrutar en su día a día y retomar sus actividades cotidianas.
Es muy importante valorar cuál es el grado de repercusión de los síntomas en el día a día de la persona. En los casos en los que el funcionamiento diario no esté comprometido, la labor se dirige a ayudar a la persona a transitar correctamente por las distintas etapas de su crisis/duelo. Una intervención temprana puede ayudar a lidiar con dichas etapas con menor sufrimiento (con cuidado siempre de no patologizar situaciones cotidianas).
En algunos casos de mayor gravedad, la persona puede presentar síntomas depresivos o de ansiedad que afectan a su funcionalidad. Se ve privado de todo disfrute y pasa la mayor parte del día rumiando acerca de lo sucedido, en ocasiones con importantes reproches hacia sí mismo o hacia los demás. En estos casos puede ser necesario iniciar (siempre a la mínima dosis efectiva) un tratamiento farmacológico antidepresivo o ansiolítico, que mitigue los síntomas y ayude a realizar la labor psicoterapéutica del duelo.
Por lo general, con un tratamiento adecuado, la evolución en estos casos es favorable y la persona suele alcanzar un estado de mayor aceptación de lo sucedido y retomar su vida.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.
ACEPTAR