La persona puede reexperimentar lo sucedido en forma de flashbacks durante la vigilia, siendo más frecuente aún su reexperimentación en la noche a través de los sueños (en los que vuelven a la mente las escenas traumáticas vividas). El miedo y la impotencia son dos emociones muy frecuentes en las personas que lo padecen.
Es muy común la presencia de otros síntomas como: ánimo deprimido, estado de hipervigilancia, sobresaltos frecuentes, irritabilidad, problemas de concentración, insomnio, sentimientos de desapego y expectativas negativas sobre el futuro…
Es habitual que se lleven a cabo medidas de evitación. Con ellas la persona hace esfuerzo por evitar pensamientos, recuerdos o sentimientos negativos asociados al evento traumático.
También pueden existir lo que llamamos síntomas disociativos. Dentro de estos síntomas están la despersonalización y la desrrealización. En la despersonalización el individuo vive en una situación de desapego y desconexión de sí mismo y suele contarnos que se ve “desde fuera”. En la desrrealización la persona experimenta su mundo externo como irreal, como en sueño, distante… El paciente de hecho suele decir que “está soñando” o que “todo es irreal, como en una película”.
Algunos eventos que pueden desencadenar un TEPT son: desastres naturales, situaciones de guerra, agresiones, abusos físicos o sexuales, accidentes de tráfico… Las primeras descripciones sobre el Trastorno de Estrés Postraumático surgen tras la Primera y Segunda Guerra Mundial (denominándose el cuadro clínico en esa época como “neurosis de guerra”).
Recientes situaciones como la pandemia por Covid y la Guerra de Ucrania han disparado el número de casos detectados.
No todas las personas que experimentan una situación traumática desarrollan un Trastorno de Estrés Postraumático. Además, situaciones no consideradas como catastróficas para la mayoría de personas, sí podría causar un TEPT en alguien predispuesto.
Según los estudios, algunos factores de riesgo para desarrollar un Trastorno por Estrés Postraumático son: ciertos rasgos de personalidad (tipo límite, paranoide, dependiente…), la presencia de trauma infantil, un apoyo familiar o social inadecuado, cambios vitales recientes…
Esto permitirá que la persona, progresivamente pueda ir relatando el acontecimiento traumático que le trae a consulta.
Si no abordamos dicho acontecimiento, la terapia será estéril y no habrán resultados. Pero, si lo abordamos sin respetar el tiempo de cada persona, hay riesgo de reagudización de los síntomas. Esto implica que será muy importante el dar con un profesional empático y experimentado en el tratamiento de esta patología.
Uno de los tratamientos psicológicos más frecuentes en esta problemática es la llamada terapia de exposición. Esta permite al paciente afrontar la escena traumática acontecida, exponiéndose a la misma (pero de forma controlada y gradual).
Además de lo previo, cuando existen síntomas tales como la hipervigilancia constante y/o un elevado nerviosismo, puede ser útil el inciar un tratamiento con un fármaco antidepresivo para la mejoría de estos síntomas. Habitualmente empleamos los conocidos como Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina o ISRS). En ocasiones es preciso el empleo de otros tratamientos (por ejemplo en el caso de insomnio asociado).
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